Conducta en los velorios
Por Karina Solórzano

En la primera escena de Shiva Baby (2020) vemos cómo una llamada telefónica interrumpe a una pareja que está teniendo sexo en un sillón; Danielle (Rachel Sennott) debe ir por invitación de sus padres y en contra de su voluntad a una shiva, como se le conoce a un tipo de funeral en la tradición del judaísmo. La joven inventa un pretexto para irse, se despiden y él le da una cantidad de dinero con la que descubrimos que entre ambos no hay un compromiso superior a los negocios. Sin embargo, los problemas para Danielle comienzan a surgir cuando en el evento religioso se reencuentra con su amante, Max (Danny Deferrari), y descubre que su “sugar daddy” es casado, tiene una bebé y es amigo de su familia.
En su primera película, la directora canadiense Emma Seligman retoma la idea principal de un cortometraje que filmó en 2018, también titulado Shiva Baby: contar, a través de la comedia, un encuentro inesperado y su resolución en medio de un funeral. Dicho así, el argumento tiene los mismos elementos que algunas de las películas más populares de Woody Allen –incluyendo a la familia judía y los amantes–, pero Seligman tiene su propia mirada y nos propone algo diferente.
Contada desde el punto de vista de Danielle, Shiva Baby permite que sean los miedos e inseguridades de su protagonista los que guíen a la cámara con planos que, en los momentos de mayor tensión, simulan la sensación de estar atrapados en una pesadilla, pues toda la acción transcurre en un solo lugar: una casa que debería ser un hogar. La cocina, la sala y los pasillos son espacios repletos de los familiares de la chica que la cuestionan incisivamente respecto a sus estudios, su vida amorosa y sus ambiciones a futuro.
Hay otros temas que se van desvelando conforme avanza la trama y todos estos funcionan para enriquecer la personalidad de Danielle, como sus estudios de género aún inconclusos o su relación con Maya (Molly Gordon) que parece oscilar entre el amor y el odio después de estar unidas sentimentalmente en la preparatoria. Estos detalles son importantes porque pueden leerse como una oposición a ciertos valores religiosos y culturales sostenidos por los familiares, a excepción (sorpresivamente) de su madre, interpretada notablemente por Polly Draper. Seligman es muy cuidadosa con sus personajes femenino, resuelve con humor las rivalidades y muestra comprensión entre madre e hija, logrando que, más que una película sobre las notables diferencias generacionales, Shiva Baby capture esos momentos de la juventud en los que una parece no saber qué camino tomar y todas las dudas colapsan en un momento inesperado.
En Conducta en los velorios, el escritor argentino Julio Cortázar describe a dichas ceremonias como espacios en los que parecemos más honestos, “vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía”, escribe. En los velorios podemos poner todo el cuerpo, llorar, gritar, sonarnos la nariz, dejar que el maquillaje se corra; permitir situaciones que nos llevan a esa catarsis a la que parece llegar Danielle en uno de sus momentos de mayor presión e inseguridad.
De hecho, Shiva Baby trata, sobre todo, de la conciliación con una misma a través de la catarsis. Esta hipótesis establece que el filme avanza en un camino contrario al que proponen películas como Disobedience (2017), dirigida por Sebastián Lelio, en la que el motivo central es la relación amorosa entre sus mujeres protagonistas en oposición a las ideas de la comunidad judía a la que pertenecen.
Para Lelio –ganador del Oscar en 2018 por su película Una mujer fantástica–, el amor lésbico es una suerte de subversión de la norma, incluso se habla a propósito de una desobediencia inherente a la naturaleza humana. Aunque Shiva Baby tenga los elementos suficientes para pensar en la rebeldía de las jóvenes protagonistas hacia la norma (los padres, la religión, la heterosexualidad) estos no son el punto central de la trama; Seligman no ve a sus protagonistas en su excepcionalidad o en su desobediencia, sino que pone atención en sus conflictos amorosos cotidianos y en sus dudas vitales.
Con su ópera prima, Emma Seligman diseña un filme que dialoga con las películas de su tiempo, tiene la complicidad femenina y esa frescura para tratar temas de la juventud que Olivia Wilde trabajó en Booksmart (2019) y en su montaje evoca esa tensión creada a través del sonido y las imágenes que los hermanos Safdie potencializaron en Uncut Gems (2019). Además, la comedia tiene momentos brillantes, la mayoría en diálogos ingeniosos que explotan en la voz de Polly Draper.
Quizá lo más destacable del trabajo de la cineasta canadiense es que, contrario a la tradición de comedias sobre mujeres que cobran por trabajo sexual, no redime a su personaje principal con el amor romántico. Danielle primero se cuestiona una serie de dudas independientes al romance que surgen en ese momento. Así es como Seligman sucede a esa generación de cineastas que miran a sus protagonistas a partir de ellas mismas y las dota de una gran independencia y fuerza.
Karina Solórzano es licenciada en Letras Españolas. Ha trabajado como editora de libros de texto y revistas, es colaboradora y ensayista en diversos medios impresos y digitales de México y Latinoamérica. Como crítica de cine escribe para El agente, en Chile y Lumínicas, en México.