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La búsqueda por humanidad

Por Julio César Durán



El cineasta azerí, Hilal Baydarov, prácticamente ha realizado dos largometrajes por año desde que filmó su ópera prima –Hills Without Names (2018)–, revelando de diferentes maneras la intimidad de una tierra que se cuestiona a sí misma. Precisamente en este 2020 se encuentra rondando por el orbe con su quinto documental, Nails in my Brain (visto brevemente en México), y su segunda película de ficción, In Between Dying (2020), una suerte de odisea lírica a través de un conjunto de parajes montañosos y húmedos de aspecto siempre arcano.


El concepto de odisea es fundamental en esta cinta, ya que justamente el personaje principal, Davud (Orkhan Iskandarli), tomará intempestivamente un recorrido al estilo road movie en busca de su muy personal Ítaca: el amor, la familia, el hogar, humanidad; todo ello como elementos que darán sentido a las tribulaciones del día a día. Aquella búsqueda, a partir del viaje tanto físico como emocional, es la película en sí sin mayor complejidad ni mayor problema, sin embargo, sí contiene una sofisticación y una solidez que va de la mano con el carácter poético del filme.


Davud arranca la película en plena discusión con su madre. Entre el rencor y el reclamo, nuestro protagonista promete no volver. Más tarde lo veremos en su motocicleta con una joven con quien escapará tras cometer un asesinato ¿en defensa? ¿como acto de justicia? ¿quizá como parte de su destino? Tal vez la bruma de Azerbaiyán tenga la respuesta.


Su viaje comienza como una simple huida, con tres personajes más tras su pista, pero poco a poco tanto el protagonista como el espectador se darán cuenta que aquel escape es simplemente el disparador de algo más grande, incluso algo trascendental. Recorriendo diversos estados mentales (siempre poéticos, tanto en imagen como con cada título que aparece a lo largo de la película), Davud se percata gradualmente que en realidad no huye sino que está buscando algo.


El desplazamiento que se nos presenta en el séptimo largometraje de Baydarov es sencillo. La película parece proponer el viaje per se como narración total, además como búsqueda absoluta. Este viaje al interior del protagónico (y por el imponente escenario montañoso de Azerbaiyán) pretende encontrar el amor, pretende encontrar un hogar acaso perdido hace mucho. La inestabilidad con la que Davud arranca, la ira que lo lleva a cometer el crimen, se disipa lentamente para dar paso a un camino de contactos profundos.


La condición humana se ve encontrada con la geografía monumental. Si la primera se refleja en las caóticas decisiones que vemos desfilar en la película, de la mano de las acciones de cada personaje, la segunda es un constante recordatorio de aquella otra naturaleza permanente, necesaria, llena de calma por su posible eternidad y rodeada de misterio, expectante sobre aquellas tribulaciones contingentes de quienes se pasean por sus parajes. Ellos y ellas, los que persiguen a Davud y las que se tropiezan con él, son parte de un todo que muestra una contradicción entre lo eventual y lo perenne.


Una chica que tiene rabia, una mujer observando la autopista, una novia, unas misteriosas madre e hija esperando la muerte. Cada personaje que nos topamos en esta carretera nos ofrece algo simbólico, valioso y relevante, y cada una de ellas también se queda con un sentimiento profundo. Hay una conexión poderosa que se crea en segundos, ante nuestros ojos. El camino que seguimos, entre la neblina, las montañas, el multicolor bosque, nos guía hasta ese instante en el que un plano abierto toma un insondable significado. El choque entre dos seres humanos queda impregnado, tal vez espiritualmente, como aquello que resuelve o ayuda a poner en perspectiva la vida que se ha conocido hasta el momento.


En vez de desarrollarse bajo el cliché de la cacería, la carrera por encontrar a Davud se va tornando en el intento por conectar con eso que se escapa a las palabras. No obstante la poesía que inunda el largometraje, sea en voz de los personajes, sea en el lenguaje escrito que vemos en pantalla o a través de ese universo natural que registra la cámara, hay más detalles que no alcanzamos a describir o a aterrizar con el intelecto. Uno de los logros, quizá el más bello, de In Between Dying es todo lo que sentimos: todo lo que vamos experimentando a través del ojo de Elshan Abbasov, que se acompaña de la música compuesta por Kanan Rustamli, queda en lo etéreo que no podemos compartir de manera inteligible sino más bien con la propia experiencia.


El rostro enigmático que supone la bruma marca a cada tanto un umbral que el joven protagónico debe atravesar y cada vez lo acerca o lo pone en el camino del autodescubrimiento. Ese conocimiento, que quizá le haya sido negado hasta el momento en que comienza su odisea, no solo desvela la búsqueda real y trascendental del propio Davud, también deja al descubierto que la comprensión del yo es la comprensión del todo, de que la vida y la muerte (como lo veremos de manera clara y contundente en cada “capítulo”) no son otra cosa que dos caras de la misma moneda, elementos que no deberían estar, o mejor dicho no están, disociados.


La sobriedad viene acompañada de la eficacia y, además, esta se constituye desde un halo misterioso en el que cada encuentro que presenciamos, que prácticamente experimentamos, proyecta una pregunta y una respuesta, mismas que no alcanzamos a distinguir si son intuiciones, si provienen del pasado del héroe o es un vistazo a su futuro, lugar que aguarda celosamente con aquel conocimiento que se antoja primordial.


En el momento que, como parte de este recorrido experiencial, definimos el significado de las muertes y renacimientos de las mujeres en pantalla –es decir, de ese halo que nuestro Ulises azerí del siglo 21 va dejando a su paso– es cuando todo se asienta, cuando la “persecución” desiste, cuando los encuentros detonan en el nuevo nombre que se ha elegido para Davud. A partir de ahí la vuelta a la cotidianidad ocurre y se emprende el regreso a casa, pero, como en todo canto épico no se volverá a ser el mismo de antes, por ningún motivo.


El más reciente filme de Baydarov compone esas preguntas ocultas que no alcanzamos a formular, pero que de una u otra forma rastreamos a través de los conflictos de nuestra vida diaria. La humanidad se muestra y colapsa frente a la magnitud de la naturaleza, que muestra una verdad privilegiada y absoluta: la muerte y la vida no se encuentran separadas más que en nuestros pensamientos. El pasado y el futuro se conjugan, la memoria y las ilusiones componen al mismo ser, ese que se lanzará ante el enigma simbolizado por la neblina azerbaiyana.


Julio César Durán es fundador de la revista F.I.L.M.E., además ha colaborado en diversos medios impresos y electrónicos. Actualmente es director del área de prensa de la Cineteca Nacional y conduce los programas de radio Filmofilia y FILMEradio.


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