Mitos del traspatio
Por Lalo Ortega

¿Qué es un mito? En términos amplios se trata de un relato ficticio sobre hazañas extraordinarias, protagonizado por personajes fantásticos, que brinda una explicación a un acontecimiento o fenómeno. Una ficción que nos ayuda a explicarnos la realidad, con uno que otro adorno de por medio. Un mito puede ser personal, ese cuento subjetivo que nos contamos a nosotros mismos sobre nuestras vidas y el mundo que nos rodea, lo que lo convierte en una especie de primo hermano de los sueños. Off the Road (2020), primer largometraje de José Permar, se construye de múltiples mitos, a la vez que destruye otros.
Mitos locales y sueños lejanos se hacen presentes constantemente durante la película, pues los habitantes del Valle de Santo Domingo, Baja California Sur, tienen la imaginación puesta en el “gabacho”. La cámara permanece anclada en los áridos y escasamente poblados parajes de la región, pero los locales ansían las visitas de la nación vecina.
El motivo: La Baja 1000, la carrera offroad más larga del mundo: una fiesta de gasolina y metal que motiva a turistas y pilotos estadounidenses –entre otras nacionalidades– a cruzar la frontera para sortear el desierto peninsular a bordo de máquinas motorizadas. A pesar de su aparente espectacularidad, este evento anual también revela los mitos de la región por medio de los sueños de quienes la habitan. Sentimientos mejor encapsulados por un breve plano de una valla fronteriza con un mensaje en español: “También de este lado hay sueños”, en alusión a los dreamers que abandonan México en busca de una vida distinta en el país del norte.
Curiosamente, los protagonistas de Off the Road son quienes permanecen en el territorio mexicano para soñar, como Rigoberto Castro, piloto del “Toyotín” y veterano de carreras locales como la Coyote 300, aunque su sueño siempre ha sido correr “La Baja”. También hay longevos residentes como Davis, quien tiene anhelos de esos que con el tiempo se convierten en añoranzas. A él le gusta hablar, por ejemplo, de los pilotos que compitieron en carreras salvadas del completo olvido por viejas fotografías, acontecidas durante la “fiebre del oro blanco”, la bonanza algodonera de los años cincuenta. “También de este lado hay sueños”, dice el muro divisorio entre naciones, ahora con más tintes de epitafio que de esperanza.
Lo cierto es que, desde que nos reciben los planos panorámicos de cochales y matorrales, queda claro que los viejos buenos tiempos del valle han quedado atrás. “Es una región de México muy abusada”, comenta al respecto Permar, quien creció en La Paz. La lente del fotógrafo Ernesto Trujillo (responsable de Los años azules, de Sofía Gómez-Córdova) capta los parajes de vegetación desértica y arena infinita, solo rotos por un ocasional tractor o alguna pequeña casa. “Pues aquí han de ser como unas mil gentes”, dice uno de los primeros lugareños que nos presenta el director en pantalla. Difícilmente suena como tierra fértil para un futuro de grandes sucesos, en especial cuando ya no queda ni la promesa de la juventud.
Sin embargo, aquí se asoma una de las más bellas ironías de Off the Road. “No es para cualquier persona, un corrido”, explica en los minutos iniciales Damián Eduardo Avilés, quien junto con sus compañeros de banda –los Inalcanzables de La Baja– se vuelve uno de los personajes recurrentes del largometraje mediante entreactos musicales acompañados por corridos. Solo que estos no hablan de las grandes hazañas de los lugareños, sino de sus interminables luchas por alcanzarlas. “Quiero saber qué hay más lejos de estas montañas y valles / Qué se siente ser un grande y pasear por todas partes / Quiero dejar una huella que no se borre en la arena”, dicen en la primera letra que les escuchamos interpretar.
“Me gusta que los corridos funcionaban como noticieros en la época de la Revolución Mexicana”, refiere el director, quien señala que sus variantes contemporáneas, los narcocorridos, hacen ver a los narcotraficantes como héroes en las regiones más remotas de México. Es el mito construido por la música regional y la tradición oral, táctica que los Inalcanzables traducen al ámbito de La Baja 1000, apoyados por destellos videocliperos por parte de Permar. Se trata de un cambio formal súbito y casi chocante: el documental, de pronto, se convierte en musical. No solo eso, la escritura y rodaje de la película también dejan ver identidades ficcionadas entre las grietas del relato documental.
José Permar explica que, luego de filmar la “anécdota real”, su equipo y personajes comenzaron a ver la película como una ficción colaborativa, una perspectiva que informó desde las ideas para las escenas hasta las letras de los corridos. ”Automitologías” fílmicas; cine en la línea de la antropología compartida de Jean Rouch, para quien la colaboración creativa resultaba más reveladora que cualquier pretensión de realidad objetiva: el mito del documental es roto por la imaginación de sus protagonistas.
Lo que revelan estos “automitos” son las aspiraciones de vida de sus personajes, pero a través de un filtro heroico que las dota de proporciones épicas. Rigo y su familia, sabemos para entonces, invierten todos sus ahorros en mantener el “Toyotín” en condiciones para correr en las competencias locales. Cuando vemos al piloto andar en el desierto con el ocaso como telón de fondo, después que su vehículo es destrozado en la Coyote 300, el acontecimiento deja de sentirse como un fracaso. Rigo, por obra del montaje y el dramatismo del encuadre, se vuelve un héroe anónimo que se levanta para pelear un día más en los parajes desérticos del noreste mexicano.
Y así, Off the Road se establece también como un western. Incluso lo sugiere el arco narrativo de sus personajes: figuras estoicas que, durante casi todo el año, se preparan y luchan contra el clima, accidentes y otros imprevistos para enfrentar el gran día, cada uno a su manera. El carácter épico del género es, en un poético cierre de círculo, contrarrestado por el elemento documental.
Permar, no pierde ocasión de retratar los contrapesos, las antítesis y las contradicciones de su relato. Ahí están, por ejemplo, los lugareños que han perdido ganado –o incluso la vida– ante la inesperada embestida de una camioneta todoterreno o quienes celebran la derrama económica del turismo, mientras otros lamentan la contaminación resultante.
Pero quizá la más grande ironía del filme, viene de la naturaleza misma de las carreras y de ser espectador en ellas: el gran “día”, en realidad, se traduce en ver pasar a las bestias motorizadas por escasos segundos y que, una vez transcurridos, reinician el reloj de la larga espera anual.
El gran acontecimiento local queda reducido a unos fugaces instantes, aun ante el poder del montaje que los distiende un poco más allá del evidente absurdo beckettiano. La paradoja es que el mito, finalmente, se resiste a morir, pues donde hay sueños que hacen llevadero dicho absurdo, el terreno es fértil para las pequeñas grandes épicas personales.
Lalo Ortega es editor de Filmelier.com. Ha colaborado con medios como Empire, Paréntesis.com, Sector Cine y CLAPPER en el Reino Unido. Es maestro en Arte Cinematográfico por el Centro de Cultura Casa Lamm y fue ganador del 10º Concurso de Crítica Cinematográfica, Alfonso Reyes ‘Fósforo’ en el marco de FICUNAM 2020.