Nos hicieron noche, moverse entre sueños
Por Ricardo Marín
Una de las primeras imágenes de Nos hicieron noche (película del director Antonio Hernández) es la de una madre despertando a su hijo, un acto curioso para un largometraje que parece fluir en una suerte de estupor onírico, trazando lazos improbables y priorizando lo vivencial y palpable en el pueblo de San Marquitos.
Nos hicieron noche es, al mismo tiempo, un vistazo a la historia del pueblo y la de una familia, ambas inmiscuidas tanto en los sueños como en la injusticia, conceptos comunes y casi ubicuos a la realidad mexicana, especialmente en el sur. Específicamente, la película se ambienta en una de las regiones más pobres del país: la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca. La localidad de San Marquitos está poblada de personas que, hace casi cinco décadas, huyeron de sus hogares tras el desastroso paso de Dolores, huracán que en 1974 devastó la región como la tormenta tropical más poderosa en años.

Es decir, San Marquitos está lleno de refugiados de pueblos aledaños (como Charco Redondo). Ellos hicieron de esta localidad su nuevo hogar que permanece hasta el día de hoy. Asentados ahí, los habitantes hoy cuentan a la cámara y a generaciones más jóvenes que el pueblo no aparece en los mapas oficiales de Oaxaca, por lo cual no reciben apoyos gubernamentales y, de cierta forma, es como si no existieran, como si de un día para otro fuesen borrados. Un desliz burocrático que, como sucede diariamente en México, carga consigo un alud de consecuencia.
Nos hicieron noche, al mismo tiempo, enfoca casi toda su duración en una familia: los Salinas Tello, donde Adonis (niño) y Romualda (su mamá) tienen un protagonismo evidente. A través de la película, Romualda le cuenta a Adonis y al resto de sus hijos historias sobre su relocalización en San Marquitos, junto con descripciones vívidas de su cultura, incluyendo Tonales y medicina tradicional. Es así, como Nos Hicieron Noche desvela con parsimonia las motivaciones, intereses y manifestaciones culturales de una comunidad, siempre despojadas de exotismo y más bien enfatizando las voces independientes de los habitantes. Salvo en contadas ocasiones, los personajes hablan entre sí sobre su cultura, evitando la entrevista convencional y el relato didáctico. El director, no obstante, aclara que sí realizó entrevistas y un trabajo de comunicación en San Marquitos durante varios años, dejando a Nos Hicieron Noche como testamento de una relación que rebasa los límites del simple relato de la realidad.

Y esa es probablemente una de las cualidades más evidentes y poderosas de Nos hicieron noche: la película desplaza con maestría la pregunta sobre realidad y ficción. Mientras directores como Abbas Kiarostami o Nicolás Pereda perforan un hoyo autorreferencial entre ambos conceptos y los colocan bajo un reflector en extremo evidente, Antonio Hernández más bien optó por juguetear entre ambos sin realmente llamar la atención a ninguno. Nos hicieron noche está despreocupada de lo que si vemos es realidad o ficción, si hay montaje o no, si hay un trabajo de actuación o no. Después de todo, para una película que se mueve como un sueño, la cuestión de realidad es irrelevante: los sueños no suceden fuera de nuestra cabeza, ¿pero por qué eso querría decir que no son reales?
