Representación justa de los conflictos sociales
Por Magaly Olvera

En el verano de 1990, una comunidad mohawk confrontó a la policía de Quebec en un enfrentamiento que duró 78 días. Los motivos detrás de esta disputa estaban fundamentados en la defensa del territorio –el espacio donde habitaba este grupo en Oka, Canadá estaba siendo destruido para la edificación de un campo de golf–. Sin embargo, la problemática también evidenció la discriminación que enfrentaba esta nación por parte de los ciudadanos quebequenses.
Con tan solo 12 años, la directora Tracey Deer experimentó el violento suceso desde la perspectiva de una joven que transitaba a la adultez, orillándola a cuestionar su identidad. A partir de esa experiencia, surge la necesidad de realizar Beans (2020), su primer largometraje.
En la película, una familia decide ir a un campamento de protesta asentado en Oka para conocer sus manifestaciones. Lo que en un inicio parece un inocente viaje de fin de semana pronto se torna en un ataque de la policía contra la comunidad mohawk que ahí se encontraba. En medio de este conflicto, los protagonistas abogan por sus derechos desde las posibilidades de cada uno de ellos. Tekahentahkhwa (Kiawentiio), la hermana mayor y el personaje principal de la cinta, debe ayudar a su madre embarazada y a su hermana pequeña a sobrellevar estos hechos.
Tekahentahkhwa es una evidente reinterpretación de los sucesos que la misma directora vivió. Sobre todo, desde los efectos colaterales en la construcción de una personalidad que tiene la segregación sistemática de la comunidad mohawk en Quebec: una prensa que los señala como terroristas, una policía que los agrede en vez de ayudarlos y una incomprensión de los motivos por los cuales una sociedad de gente blanca y conservadora los ataca sin justificación. A lo largo de la película, Tekahentahkhwa debe forjar sus ideales más allá de las dificultades que encuentra en el proceso para lograrlo.
Empezando por el hecho de tener que ajustar su verdadero nombre por un sobrenombre más fácil de acoplar al imaginario occidente (Beans), la historia de esta adolescente mohawk está plagada de confrontaciones respecto a lo que quiere ser y lo que se espera de ella. Lo mismo ocurre cuando acompañamos su proceso para elegir en qué escuela quiere estudiar, anhelando una educación tradicional y centralista, y cuando vemos a la protagonista decidir con qué tipo de ropa vestirse, si participar en juegos que sostienen una importante carga de machismo en las fiestas a las que asiste y también la inclusión de algunas palabras en su vocabulario que hasta hace poco rechazaba, por su edad y por su educación.
De pronto, en la vida de Beans todo esto cambia como consecuencia de la ira y el rencor; una metamorfosis comprensible dado el contexto en el que se encuentra la protagonista. El rechazo social produce efectos en la autoestima y en la esperanza de la gente, que con el tiempo terminan por explotar y manifestarse en reclamos colectivos, como hemos visto con las mujeres y el feminismo o la población afroamericana en Estados Unidos.
En esos descubrimientos sobre su identidad es donde se centra esta película de 91 minutos; pero a la par, Beans exhibe mediante material de archivo el mencionado conflicto entre la nación mohawk y las autoridades quebequenses en aquellos años. Esta fusión entre el metraje encontrado y la ficción dotan de legitimidad a las actuaciones de los protagonistas, las cuales podrían parecer muy dramáticas, de no ser porque la intervención del archivo confronta su veracidad y crudeza. Con la certeza de saber que todo esto mantiene una desagradable vigencia, la película de Tracey Deer es una valiosa aportación a la exhibición de las consecuencias del racismo en una generación joven.
Jaime Magaña, director de Guardianes del Mayab, dijo una vez que “la mejor manera de hacer un cine indígena es hacerlo desde y para la misma comunidad”. Bajo esta premisa, Beans aporta una mirada auténtica a la nación mohawk gracias a que su directora forma parte de ella y se encuentra particularmente interesada en tejer una representación que reconozca su cultura y lucha, llamando a la solidaridad por parte del espectador frente a la representación histórica de la comunidad.
Para hablar de la importancia de este hecho, partamos del reconocimiento de que el cine tiene un papel crucial en la construcción de imaginarios. Sus intenciones nunca son inocuas pues estas se realizan, de manera consciente o inconsciente, desde una posición de poder que propone formas de ver el mundo. Por lo mismo, en ocasiones, el arte ha estado relacionado al poder y a la historia oficial de las sociedades.
Por ejemplo, la película Pirotecnia de Federico Atehortúa Arteaga denuncia el papel de la historia visual de Colombia en la estrategia gubernamental llamada “falsos positivos”, que incluyó el asesinato de civiles inocentes para hacerlos pasar como bajas en el conflicto armado interno del país. Como este, hay varios ejemplos que evidencian el poder de las imágenes para moldear ideologías y fabricar otredades amenazantes.
En particular, en las representaciones visuales de poblaciones minoritarias hay una disputa de poder en la creación de significados que, en muchos casos, son poco profundas o solo reiteran discursos que buscan preservar el estatus quo de la desigualdad y la poca integración de las comunidades en la cultura hegemónica.
Es por eso que en Beans, el acceso a la autorepresentación es un logro fundamental que explora la disputa del territorio desde la mirada de una mujer joven. En palabras de su directora, después de mucho tiempo de sentirse invisible y sin importancia, sentía la necesidad de dar voz a sus experiencias, pensamientos y sentimientos a través de un personaje que pudiera honrar el valor y la resiliencia de la gente con la que creció.
Pensar en el poder del cine para diseñar imaginarios no es un rechazo al alcance del medio, pero sí un recordatorio de la necesidad de analizar los productos audiovisuales desde una perspectiva amplia que tome en consideración la mirada de quien dirige una película y la postura desde la cual lo está haciendo. Beans ofrece un espacio de reflexión sobre esta forma de perpetuar ideologías y la obligación del espectador frente a ellas; un ejercicio de visionado que debemos sostener al elegir el cine que consumimos y promovemos, teniendo como prioridad la representación justa de las identidades que retrata y esperando que sus ideales fomenten conductas justas con todas las comunidades.
Magaly Olvera es editora y crítica de cine. Ha editado en festivales como Ambulante, DocsMX, Cinema Queer México y el Festival de Cine de Barrio. Sus publicaciones se encuentran en El Economista, Icónica, Correspondencias, Tierra Adentro y Cinegarage, entre otras.